La semana había ido muy bien, más que bien, requete-genial. Por las tardes, asistí al taller de cuentos de I.Martínez de Pisón en La Casa Encendida. No escribí mucho, pero sí me quedé con algunas ideas a desarrollar (entre ellas, algún microrelato) y con las caras de gente bastante heterogénea.
El viernes volé rumbo a Barcelona, donde me esperaba el Salón del Manga. La gente de la web "AnimangaWeb" había tomado el Hostal Tuset para los miembros del foro y allegados. Este ha sido mi primer salón. El viernes fue un día "tranquilo". Tranquilo entre comillas, porque ayudé a colocar poster y repartir flyers con información sobre la revista; más encantada que un ocho. Saqué tiempo para comprarme algunas cosillas... El primer volumen de MPD Psycho (muy bestia), el primero de D-Gray Man, la mokona blanca con la figurita de Yuko (un personaje de XXXHolic), la película de Tsubasa RC... Cuando los pies me gritaban de dolor, me compraba un té y un daufuku (dulce de arroz relleno de helado) y me ponía a leer en una escalera.
El sábado fue el día "agobio", pues se juntó una cola que daba la vuelta al edificio, el calor y el cansancio. Como dije en un lapso de los míos, comenté que aquello era un carnaval. Resultó muy divertido ir reconociendo en los disfraces de la gente a los personajes conocidos. Una gran mayoría escogió vestirse de shinigamis de la serie Bleach, otros, ninjas de Naruto... Algunos optaban por ir más originales, como una Chi con barba, Xiaolang, un japo loco que repartía sus tarjetas para presentarse, vestido de Roy Mustang... Gente que cantaba las canciones de los openings (español y japonés) de Dragon Ball y Caballeros del Zodíaco, niños que se perdían entre los posters y las figuritas, madres con cara de resignación por traer a sus hijos y adolescentes que comentaban, entre risas, que estaban ligando más que en una discoteca...
El domingo habría sido un día perfecto si no fuera porque me robaron el bolso, con todo dentro, en una cafetería de Barcelona. Por fortuna, contaba con el apoyo y solidaridad (Silvia me acompañó en el periplo interminable de encontrar una comisaria, y me invitó a comer); el ladrón solo pudo hacerse con un abono del metro antes de que yo le cancelara la tarjeta. Lo peor ha sido estar sin móvil, sin mi Prado comprado en Chinatown (ver viaje a Nueva York), la barra de clinique que solo he usado una vez, el monedero con un duro, el último que tenía y que conservaba con un amuleto, el libro de Bertold Bretch que estaba leyendo (Ver reseñas de libros del mes de Octubre).
En fin, las cosas materiales por las que siento un apego infantil. Como me dijeron allí: "Para qué preocuparse, si todo lo vamos a dejar aquí". A lo que añado una frase de Saramago: "Hay veces en la vida en la que debería bastarnos el peso de nuestro cuerpo"
Mañana, cuento la segunda parte de esta historia. Jejeje...
De Perdidos al río..
Hace 14 años
12:21 a. m. �
¿Y la segunda parte?