Copyright, de Marta






... y el templo de Hapshepsut (Hot-chiken-soup), la única que podría llamarse "faraona".
El último día que pasamos en Luxor fue uno de los apoteósicos: nos levantamos temprano (otra vez), nos subimos a una furgoneta con más turistas (otra vez), y nos encontramos con Mai (otra vez). El primer lugar que vimos fue el famoso templo de Hapshepsut, la única mujer enterrada en el valle de los Reyes. Su templo es famoso, entre otras cosas, por la belleza de sus grabados en colores, el atentado, y por las representaciones que solían hacer todos los años de la ópera Aida (y que desde entonces, ya no se celebran). La sala de Anubis me puso los pelos de punta.
Pero lo mejor, lo mejor... El valle de los Reyes. Ahora que se nos echa encima la "fiebre Indiana Jones", recuerdo esa escena de la primera peli, cuando tiene que excavar en el valle de los Reyes buscando la tumba que contiene la clave para encontrar el arca. El Valle de los Reyes y el de las Reinas se encuentran en un desfiladero, un lugar inaccesible excepto por la entrada. No se pueden visitar todas las tumbas, como la de Tuntakamhon (hay que comprar la entrada aparte y comerse la cola). Hay otras tumbas que están aún en estudio, y otras que se cerraron porque un grupo de turistas se pegaron entre ellos para entrar. En total, habrá cientos de tumbas, pero hasta la fecha solo hay unas 70 abiertas.
La tumba que más recuerdo fue la de un pequeño, Tutmosis, que murió de niño. Le enterraron junto con el feto de uno de sus hermanos, donde se podía apreciar la forma de la cabeza típica de los faraones (ahuevada hacia atrás). Yo había creído que esos rasgos era por culpa de los gorros que se ponían y la moda de la época... pero en realidad se trata de una deformidad hereditaria provocada por casarse entre hermanos y madres e hijos. Además, la cámara estaba decorada con dibujos donde se mostraba como el padre acompañaba al niño recién fallecido hasta su madre, fallecida tiempo atrás.
Aparte, estuvimos en la tumba de Ramsés II (¡otra vez!), donde solo recuerdo la imagen de la diosa Nut, madre del sol y diosa del firmamento.
Aquel día, tras visitar las tumbas, comimos con Mai, y dos irlandeses monillos y muy bebedores, en la misma terraza del día anterior. Después de eso, corrimos al zoco donde di rienda suelta a mi consumismo y a mi cara de buena gente (regatear se me da mal, porque se me nota cuando algo me gusta, y me convencen con las historias de sus madres tejiendo, labrando o cosiendo cojines). Como nota curiosa, ese día me pidieron en matrimonio como cuatro personas, en distintas tiendas.
Esa noche, ya descansadas y con las maletas a cuestas, viajamos en el tren nocturno de vuelta al Cairo... en un mini vagón con un coreano, un egipcio de los antiguos y otro de los modernos. No sé aún como sobreviví a esa noche, la verdad.


Y aún queda la tercera parte...


El tren de Asuán a Luxor salía a las 6 y media de la mañana... pero en realidad, salimos a las 8.



Cuando llegamos a Luxor, dos horas más tarde de lo previsto, tuvimos el primer contacto con la realidad egipcia y sus tejemanejes. En la estación, había unos tipos que trataban de convencerte para que fueras a su hotel, su taxi o de excursión. Nosotras habíamos reservado habitación en un hotel recomendado por nuestros amigos de El Cairo: el Happy land. Uno de estos tipos nos aseguró que era del Happyland, y que él mismo nos acompañaría al hotel. Mientras caminábamos en esa dirección, otro de los tipos de la estación nos seguía y nos aseguraba que su hotel era mejor y más bonito que el Happy Land... Y entonces, descubrimos que el primer tipo nos quería meter en una habitación con otras 8 personas (cuando nosotras ya habíamos reservado habitación solo para las tres). Y aquí, intervino Massud, el segundo tipo, que veloz, nos ofreció habitación para las tres, con su cuarto de baño y aire acondicionado. Y así, acabamos en el "Princess Hotel".


Le hago mención aquí, porque el pobre se quejaba de que su hotel era tan bueno como el Happy Land, pero como no salía en la Lonely Planet (más conocida entre los egipcios como "the Book" o "the Bible"), pues nadie lo conocía. Massud nos apañó una excursión al día siguiente para ver el Valle de los Reyes, el de las Reinas y el templo de Hatshepsut. Además, se ocupó de comprar el billete de vuelta a El Cairo, en tren nocturno... Algo que merece un capítulo aparte. Por si alguien pregunta: a mi el hotel me gustó, estaba limpio, era barato y nos trataron muy bien. El único "pero" que le pongo es que la situación, un poco oscurilla y no daba buen rollo pasar por allí de noche.


El primer día en Luxor, fuimos al impresionante templo de Karnak. Bueno, no es un templo sino toda una colección de templos. Aquí está otra vez Ramsés, también el camino de las esfinges, la efigie del Escarabajo de piedra, varios puntos que según los guardias, si lo tocas tienes buena suerte... En tiempos mejores, se podía subir al primer pilón (la primera muralla), pero un turista se mató por las escaleras y lo cerraron. Esta frase sería una constante en el Valle de los Reyes. A mi me impresionó mucho la sala de las columnas, hoy a cielo descubierto, pero que en su tiempo estuvo techada. Para muestra, fijaos en esta foto:


Y luego, la peña alucina con El Señor de los Anillos...






Eso fue por la mañana... luego, a la tarde, aprovechando que cerraba tarde, visitamos el templo de Luxor. El obelisco de la entrada, al lado de otra estatua de Ramsés II (¿no os he dicho ya que me parece un poco egocéntrico?), es el hermano gemelo del que se encuentra en París, y está es su ubicación original. Otra cosa destacable de este templo, en plena ciudad, son los grabados que muestran la fiesta del Opet. En ellos, se ve a los bailarines contorneándose, los músicos, las mujeres con cestas de flores, etc... Este templo y el de Karnak estaban unidos por un camino custodiado por carneros, de tres kilómetros. Es que los egipcios, cuando se proponían hacer algo a lo grande...

Agotadas, tomamos una cena estupenda en una terraza, con música del lugar y una vista inmejorable de Luxor y el templo. No recuerdo como se llamaba, pero se encuentra justo detrás del templo, en una calle que lleva a la estación.

Y al día siguiente... El Valle de los Reyes, Reinas, y Hatshepsut.


A las 3:30 de la mañana, estábamos ya en pie para subirnos en una furgonetilla, rumbo a uno de los templos más famosos de Egipto: Abu Simbel. El motivo es que, desde el atentado en el Valle de los Reyes, los militares escoltan a los turistas en convoys. Salen dos en todo el día: el primero y mejor es el mañanero (y también el más concurrido, normalmente). En la furgoneta, volvimos a coincidir con Mai, la chica de Singapur, y pudimos disfrutar del amanecer en el desierto. Me dieron ganas de pedirle al conductor que frenara en seco y nos dejara verlo... pero me quedé frita.

Calculad el tamaño de las estatuas, en comparación con los turistas.



Abu Simbel contiene dos templos: uno dedicado a Horus y otro a Hathor. El principal tenía cuatro estatuas de Ramsés II (se conservan solo tres). Para mí, Ramsés es el faraón más egocéntrico de todos. Su momia se puede visitar en el museo de El Cairo: un viejo con el pelo teñido y manos en pleno estertor que da auténtico miedo. A orillas del Nilo, los ojos de piedra de las tres estatuas contemplan las tierras fértiles y desafían a los vecinos del país, Sudán. Una de las curiosidades que más me gustaron de este templo fue que dos veces al año (creo que en febrero y octubre), al amanecer, los rayos del sol entran por un ventanuco e iluminan la cámara del fondo del templo, donde estan las estatuas de Amon, Ra y Ramses. Sí, chicos, lo que aparecía en Indiana Jones no era un cuento.

Además, Abu Simbel no está en su ubicación original. En realidad, estaba más abajo, pero con la construcción de la presa de Asuán, hubo que moverlo de sitio. La UNESCO y varios países invirtieron dinero para evitar que esos templos desaparecieran bajo las aguas, y Egipto les agradeció la ayuda con donaciones, como el Templo de Debod en Madrid. (Un trocito de Egipto en el corazón de la ciudad).

El segundo templo, dedicado a Hathor, diosa de la fertilidad y la abundancia; y también homenaje a la esposa de Ramsés II, Nefertari. Es el único templo en Egipto donde la representación de la esposa del faraón tiene la misma altura que las estatuas de su esposo (lo normal es que esté por las rodillas).


A la 1, ya estábamos de vuelta en Asuán, y entonces nos preguntamos "¿qué hacemos?"... Pues visitar todo lo que nos dejamos la tarde anterior: las aldeas nubias, la tumba de los nobles y el museo nubio. En la aldea, tomamos un té en la "Nubian House", con un simpático abuelo que sabía ciento y la madre de nuestro país. Nayix le preguntó cómo sabía tanto de España, y el buen hombre nos respondió con orgullo: leyendo mucho. Lectores de Hipnagógicos, leed mucho y sed tan felices como ese buen señor. Las tumbas de los nobles fueron impresionantes, y se convirtieron en el preludio de lo que veríamos en el Valle de los Reyes. El museo nubio nos sirvió para contarnos de donde proviene este tribu orgullosa de sus orígenes y su evolución en el tiempo.

Agotadas hasta más no poder, compramos los billetes para Luxor al día siguiente, cenamos como señoras a orillas del Nilo, y nos fuimos a dormir, bajo el auspicio de Ramsés II y de su esposa Nefertari.

Y creo que este ha sido uno de los días más largos de mi vida.

p.d: Fotografías por cortesía de Nayix.



Que azul es mi Nilo...


Taxi y avión, comenzamos el "interraíl egipcio" protagonizado por las tres chicas de oro: tenemos a la cínica e inteligente Nayix*, la bella y no menos inteligente Garde, y la habitante de Senolaf, yo misma.

*Nayix también es bella, eh. Pero es que no quería repetir la misma descripción.


Aquí, Isis ocultó a su hijo Horus...





Incisos aparte, nuestra llegada a Asuán estuvo acompañada del alegre Ompa, nubio-non egipcian, quien nos llevó a visitar el templo de Philae, la presa de Asuán (orgullo de los egipcios) y el "obelisco inacabado", que no llegamos a ver.... porque nos dijeron que no merecía la pena. Todo eso por la mañana y al precio de 140 libras egipcias. El templo de Philae está en una isla, y para llegar hasta allí hay que negociar con un barquero, tanto la ida como a la vuelta. Aquí tuvimos la ayuda de una pareja de belgas, expertos viajeros, que nos contaron alguna anécdota sobre sus choques con los egipcios y sus tejemanejes.


Era nuestro primer templo en Egipto, y en las fotos se nos ve frescas y felices cual perdices. Aquí cada una se flipaba a su manera. Yo bromeaba con Asterix y Cleopatra (os imagináis lo que dije al ver la esfinge), y también hice alguna referencia a "Muerte en el Nilo". Nayix iba desgranando la situación en Oriente Medio analizando el telefilm "Los diez mandamientos", y Garde... se preguntaba que hacía allí con esas dos locas.


Ya por la tarde, visitamos las islas que hay en Asuán, a bordo de una faluca. En ella, conocimos a Mai, una chica de Singapur que viajaba sola. La primera isla, la llamada "Kitchener", es donde está el jardín botánico. Y allí... iba a hacerle una foto a una garza real, cuando mi cámara fue víctima de la maldición del Museo de El Cairo: dejó de funcionar. Justo cuando al día siguiente, íbamos a Abu Simbel...
Esa tarde, a pesar del relax, nos perdimos la tumba de los nobles y la aldea nubia, pero ya nos resarcimos al día siguiente... que fue largo, muy largo.

Hombre desplegando velas en su faluca
Pero eso será otro día.
p.d: En BeaCreo, Nayix también desgrana nuestro viaje a Egipto con su habitual sentido del humor y su ojo crítico, y mejores fotos. Mi recomendación, echadle un vistazo.

Mezquita de Ibn Tulun



La primera etapa del viaje consistió en el feliz reencuentro con amigos en el mismo aeropuerto de El Cairo. Desde la furgoneta camino a nuestra casa esos días, cena y cama vimos el resto de una tormenta de arena, y también la locura del tráfico en esta ciudad.


Al día siguiente, nuestros anfitriones nos llevaron a conocer El Cairo Islámico: la mezquita de Ibn Tulun, los puestos del mercado, las calles, los zumos, la gente y la comida. Allí, también disfrutamos de lo que es algo muy raro en Egipto: la lluvia, que cayó durante un par de minutos mientras degustábamos un café y un brownie en el pulmón verde de la ciudad. Ya por la noche, visitamos a los derviches, cuyas danzas girando sobre si mismos durante minutos y minutos nos dejaron pasmados.


Derviche girando



Al día siguiente, acudimos al museo de El Cairo, para conocer al joven, desgraciado pero rico Tuntakamon. Había una sala aparte, la de las momias. Costaba 100 libras egipcias (unos 11 euros), y merecía la pena solo por ver el rostro del faraón más egocéntrico de todos: Ramses II. Otra mención aparte, son los papiros. Aquí me viene mi vena bibliotecaria: me dejé los ojos admirando la perfección y la conservación de esos rollos inmensos llenos de historias y jeroglíficos. Otros objetos que merecieron mi atención fueron las joyas, los muñecos, los amuletos con forma de dioses, las momias de los animales... Un placer, vamos.
Esta foto es de la poco conocida diosa Tueris, con cabeza de hipopótamo, que es quien cuida a las embarazadas y procura un buen parto. Me pareció graciosa, y tuve suerte, porque en teoría no se pueden hacer fotos en el museo. Puede que por eso me pasó lo que me pasó...


Agotados, esa tarde comimos en un restaurante de inspiración colonial (La Bodega), y después, visitamos el barrio copto, llamado también "El Cairo católico". Se trata de un conjunto de pequeñas casas e iglesias, rodeadas por una muralla y cortada al tráfico. Por lo tanto, un remanso de paz. Como lo visitamos cuando oscureció, pasamos un poco de apuro para visitar las iglesias, pero en alguna nos dejaron pasar.


Volvimos paseando cerca del Nilo, y allí tomamos un "barco discoteca". Los egipcios pagan por unos 15 minutos en un barco que recuerda un poco a las casetas de las ferias, solo que estas te llevan a recorrer el Nilo. En el nuestro, como había muchas parejas, nadie bailaba; pero lo tradicional es dar botes al ritmo de la música autóctona.

Y, tras cenar en un bonito y moderno lugar a orillas del Nilo, comenzó lo que se ha bautizado como "el interraíl egipcio", protagonizado por Garde, Nayix y la que suscribe.
Y eso será la segunda etapa.