Evitaré decir su nombre, para que esto no se llene de fans histéricos y con ganas de gritar cuatro cosas; y también para que mi blog no aparezca en Google o en Yahoo, si alguno busca su nombre estos días.

A raíz de las distintas reflexiones que he leído en prensa, o en otros blogs, no he podido evitar hacer mi propia reflexión. Ya sabéis que creé esta sección para hablar de estas cosas que pienso cuando estoy relajada en mi casa; pero esta es una reflexión fruto de varias horas de trabajo, de ver, de escuchar, de recordar (sobre todo).

Como sabéis, también, tengo ya casi la treintena. Es decir, que he recorrido los 80 como una niña, los 90 como una adolescente, y crucé el milenio con 20 años recién cumplidos. Me agobia que ahora recordar los 80 y hablar de recuerdos se haya puesto tan de moda, pero es inevitable.

En los 80, no era mi héroe, pero sí un personaje habitual en la vida cotidiana. El vídeo nos fascinó y provocó pesadillas. Mis hermanos y yo lo teníamos que ver escondidos detrás del sofá, por el miedo, y aún así, lo veíamos. También recuerdo la fiebre de los chicos malos, vídeo que dirigió Martín Scorsese. Entonces, lo más era bailar como él, los chicos agarrándose el paquete y dando grititos. Sería un genio, pero hortera... era un rato, incluso en esa década de reconocido horterismo.

En los 90, ya más talludita, empezaba a apreciar las canciones, pero las letras me parecían sosas. Los vídeos que recuerdo son los de un Egipto de dudoso gusto y el de la nave espacial, que ya no era tan espectacular. Poco a poco, ese chico que era mono en los 80, se iba convirtiendo en una especie de momia, un monstruo al que casi le faltaba la nariz, y que no tenía ni pómulos, ni barbilla. Solo ojos.

Pero lo peor fueron los acusaciones y juicios. ¿Eran verdad, o un intento de sacarle dinero? Mirando distintos reportajes e incluso alguna entrevista, no me extraña nada que algo hubiera de verdad y otro poco de mentira. No se puede mantener uno cuerdo si tiene todo lo que quiere, y no tiene límites. Creo que se quedó en una época que no vivió, la infancia, y tenía obsesión por recrearla una y otra vez, de una forma que al resto de la humanidad, que vivimos el día a día y tenemos que madurar a la fuerza, nos parecía grotesca.

Como grotesco me pareció el funeral: un concierto improvisado y televisado, con unos niños a los que veíamos el rostro por primera vez, solo para darnos cuenta de que estaban mascando chicle en el funeral de su padre. Un funeral es algo privado e intimo, no un espectáculo. Jamás de los jamases permitiría que a un ser querido se le enterrara de esa manera, por muy famoso o leyenda que fuera.

Ahora solo me quedan preguntas: ¿qué pasará con esos niños - todos rubitos con ojos azules - en el futuro? ¿Cuánto tiempo tardarán en sacar una película biográfica, contando toda su vida?

¿Por qué, a pesar del asco que me daban sus últimas apariciones, no dejo de tatarear sus canciones?

2 Responses to "Reflexiones en pantuflas: la muerte de un monstruo"

  1. Mital Says:

    Ayayayayay.. Poco han tardado con la película biográfica, pues creo haber visto que en Cuatro emitirían una este fin de semana, o entre semana... no me fijé en la fecha. Pero vamos, que hecha ya está.

    Qué lástima de televisión y de noticias. Y de documentales. Y de todo.

    Larga vida a Bob Esponja.

  2. Walrus Says:

    Yo ni siquiera le pillo el punto a las canciones, pero bueno, soy 5 años menor que tú y nunca viví esa moda. Será eso. Para cosas horteras y anticuadas, eso sí, me encanta Modern Talking. Las buenas, claro, que todo el mundo hace morralla.

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