A las 3:30 de la mañana, estábamos ya en pie para subirnos en una furgonetilla, rumbo a uno de los templos más famosos de Egipto: Abu Simbel. El motivo es que, desde el atentado en el Valle de los Reyes, los militares escoltan a los turistas en convoys. Salen dos en todo el día: el primero y mejor es el mañanero (y también el más concurrido, normalmente). En la furgoneta, volvimos a coincidir con Mai, la chica de Singapur, y pudimos disfrutar del amanecer en el desierto. Me dieron ganas de pedirle al conductor que frenara en seco y nos dejara verlo... pero me quedé frita.

Calculad el tamaño de las estatuas, en comparación con los turistas.



Abu Simbel contiene dos templos: uno dedicado a Horus y otro a Hathor. El principal tenía cuatro estatuas de Ramsés II (se conservan solo tres). Para mí, Ramsés es el faraón más egocéntrico de todos. Su momia se puede visitar en el museo de El Cairo: un viejo con el pelo teñido y manos en pleno estertor que da auténtico miedo. A orillas del Nilo, los ojos de piedra de las tres estatuas contemplan las tierras fértiles y desafían a los vecinos del país, Sudán. Una de las curiosidades que más me gustaron de este templo fue que dos veces al año (creo que en febrero y octubre), al amanecer, los rayos del sol entran por un ventanuco e iluminan la cámara del fondo del templo, donde estan las estatuas de Amon, Ra y Ramses. Sí, chicos, lo que aparecía en Indiana Jones no era un cuento.

Además, Abu Simbel no está en su ubicación original. En realidad, estaba más abajo, pero con la construcción de la presa de Asuán, hubo que moverlo de sitio. La UNESCO y varios países invirtieron dinero para evitar que esos templos desaparecieran bajo las aguas, y Egipto les agradeció la ayuda con donaciones, como el Templo de Debod en Madrid. (Un trocito de Egipto en el corazón de la ciudad).

El segundo templo, dedicado a Hathor, diosa de la fertilidad y la abundancia; y también homenaje a la esposa de Ramsés II, Nefertari. Es el único templo en Egipto donde la representación de la esposa del faraón tiene la misma altura que las estatuas de su esposo (lo normal es que esté por las rodillas).


A la 1, ya estábamos de vuelta en Asuán, y entonces nos preguntamos "¿qué hacemos?"... Pues visitar todo lo que nos dejamos la tarde anterior: las aldeas nubias, la tumba de los nobles y el museo nubio. En la aldea, tomamos un té en la "Nubian House", con un simpático abuelo que sabía ciento y la madre de nuestro país. Nayix le preguntó cómo sabía tanto de España, y el buen hombre nos respondió con orgullo: leyendo mucho. Lectores de Hipnagógicos, leed mucho y sed tan felices como ese buen señor. Las tumbas de los nobles fueron impresionantes, y se convirtieron en el preludio de lo que veríamos en el Valle de los Reyes. El museo nubio nos sirvió para contarnos de donde proviene este tribu orgullosa de sus orígenes y su evolución en el tiempo.

Agotadas hasta más no poder, compramos los billetes para Luxor al día siguiente, cenamos como señoras a orillas del Nilo, y nos fuimos a dormir, bajo el auspicio de Ramsés II y de su esposa Nefertari.

Y creo que este ha sido uno de los días más largos de mi vida.

p.d: Fotografías por cortesía de Nayix.

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